El poder de la opinión pública


Por: Jaime Andrés Jaramillo Botero

 Pasó una contienda electoral marcada por la polarización, el juego sucio y la incertidumbre, pero al margen de los resultados, resaltaré el papel de los medios de comunicación y de la Opinión Pública, en la generación de interés político en el colectivo.

Las prácticas clientelistas y maquinistas que enceguecen la individualidad y permean la transparencia, el sano debate y la construcción de democracia, parecieron perder fuerza. El electorado, adquirió conciencia política, en gran medida, producto del control social y fiscalizador de los medios de comunicación, que arriesgadamente y como nunca se había visto, brindaron información importante para que el ciudadano tuviera suficientes elementos de juicio al momento de elegir.

La mayoría de medios de comunicación calificaron, ganadores y perdedores (nuevas formas de hacer política y maquinarias respectivamente), pero casi nada leí sobre la función que desempeñó la Opinión Pública y los propios medios, como formadores y legitimadores de Opinión Pública.

Este diario se jugó su prestigio y legitimidad al presentar una opinión radical e indubitativa frente al tema político. Algo que desde la “Teoría de Públicos” se denomina “opinión extrema”. Motivo que generó descontentos en algunos sectores, por la parcialidad de sus contenidos editoriales. Olvidaron y desconocieron, que precisamente los editoriales, son los espacios donde la Casa expresa su postura. Cosa distinta es que el diario hubiera dado sólo cabida a las expresiones de un solo movimiento político, pero a mi juicio, así no fue.

La marcada posición política de algunos medios y legitimadores de opinión, fue utilizada para promover un efecto contrario, es decir, impulsar a votar por “otros”. Volviendo con la “Teoría de Públicos”, esto se conoce como “resistencia a la opinión contraria”, que es actuar en contravía ante un discurso intensamente persuasivo, sugestivo, intimidante, amenazante y/u hostil. Este mismo fenómeno sucedió en Bello, pero a la inversa. Los bellanitas cansados de la politiquería y el discurso trillado coronaron el voto en blanco. También sucedió en Medellín y Antioquia, donde se impuso el descontento por la política tradicional.

También se evidenció otro factor de intensidad de la Opinión Pública en la puja por los cargos de elección popular, conocido como “implicación personal o grado de compromiso frente al objeto de opinión”. Es que la política empezó a calar en la conciencia ciudadana, como tema de su interés y del que depende su propio bienestar; y aunque sigue imperando la abstención, la indiferencia ya no fue la regla.

La legitimidad de la Opinión Pública y de los medios de comunicación como formadores de percepciones de la realidad, depende del nivel de conciencia política, de crítica y de defensa de los intereses ciudadanos. Pero en ese ejercicio se deben incluir los diferentes matices de grises y no el muerdo bipolar de blancos y negros, que tanto daño ha hecho, y que hace carrera actualmente, calificando de buenos y malos a los personajes públicos, llevando al extremo la práctica del maniqueo (Manes) como lo explicó José Obdulio hace poco en su columna Diatriba contra los maniqueos.

Ojalá este fenómeno no sea un hecho aislado a futuro, que los medios independientemente de sus posiciones políticas, sepan identificar y valorar la diferencia, representada en candidatos que ajenos de los afectos, presenten propuestas serias; pero al mismo tiempo, que le den “palo”, a las propuestas engañosas.

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