Navidad: apenas un sueño

Navidad: apenas un sueño


Por Jairo Cala Otero / Escritor - Conferencista


Jaimito entró, dichoso, al espacioso salón. Decenas de otros niños como él corrían de un lugar a otro y llenaban, literalmente, de vida, con sus risas y jugueteos, la estancia. Rápidamente, se integró al grupo y trabó amistad con los otros pequeñines. Estaba pletórico de felicidad, como nunca antes lo había estado.


Unos señores, elegantemente vestidos con atuendos navideños y una gran sonrisa a flor de labios, distribuían, solícitos, golosinas de todos los sabores: helados triples con pasas y miel, aquí; confites de mil sabores, allá; porciones de bizcocho con leche, chocolate y crema de fresa, más allá. Era una fiesta soñada, realmente soñada para Jaimito.



De pronto aparecieron unos músicos, acompañados de varias damas elegantes, muy perfumadas y de vivaces sonrisas. Comenzaron a interpretar villancicos, y los chicos convirtieron el enorme salón en un estadio de algarabía sin igual. Todos gozaban de aquel jolgorio como el primero y último de sus vidas.


Cuando habían disfrutado lo suficiente del festín, las damas dieron unas palmaditas para llamar a unos señores. Ellos empezaron a llevar al gran salón cajas grandísimas revestidas con papel alusivo a la Navidad. El grupo de chiquillos se silenció por completo. Si hubiese entrado allí una mosca, se habría escuchado su zumbido en el aire. Los corazones de esos chicos parecieron detenerse de repente. Todos intuían que en esas cajas había muchas sorpresas para ellos.



Se dio la orden para que las cajas fueran abiertas, lentamente. Y las señoras comenzaron a sacar los más espléndidos regalos. Los había de todos los tamaños, texturas, colores y olores para niños y niñas. Fue bastante con que una de ellas dijera «A ver, niños. Hagan dos filas aquí…» para que aquel ejército de bajitos traviesos volviera a encender con su algarabía el inmenso salón. En orden fueron pasando uno a uno a recibir el obsequio. 

¡Había que verles sus rostros iluminados a plenitud por el milagro de un regalo de Navidad! Sus risas se habían desplegado al máximo, como si a cada uno le hubiesen contado el más divertido cuento de hadas.


Jaimito apretó contra su pecho su regalo. Ese que tanto había deseado desde cuando tenía cuatro años: un avión de pilas, manejado con control remoto. ¿Era una manera de echar a volar sus sueños? Quizás, pero ya habían pasado cinco años, y apenas ahora se disponía a disfrutarlo. Se encaminó hasta el extremo del salón, y se sentó en el brillante piso dispuesto a destapar la sorpresa.


Pero un impertinente ratón, de prominentes y afilados dientes, ojos saltones y larga cola, que apareció por entre los pedazos de cartón que cubrían el cuerpo de Jaimito, impidió, al despertarlo abruptamente, que él hubiera destapado su regalo; que hubiese echado a volar sus sueños, y gozado de una feliz Navidad.


Porque aquella mañana fría, con calles solitarias y aire contaminado por la pólvora que los adultos habían quemado en la Nochebuena, Jaimito tuvo el mismo calvario de todos los días del año: ni agua, ni un trozo de jabón para asear su cuerpo, ni un pan duro para comer, ni un poco de agua para mitigar la sed, ni un vestido nuevo... Esas calles mismas calles solitarias lo llevaron sin rumbo, con la misma mirada mustia de su vida infeliz.

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